Betina Keizman, en El diablo Arguedas, hace un uso de la prosa poco habitual, rehúye la frase esperada, crea un mundo espectral e impredecible. Arguedas, diablo y fantasma, apenas se reconoce aquí como el escritor que fue y nos plantea una interrogante sobre cómo leer su literatura hoy, en esta encrucijada global donde fuerzas inhumanas buscan imponer sus propios códigos sobre la vida. Es una narrativa que recupera la singularidad de lo local sudamericano e invita a caminar, también, sobre los “bordes del lenguaje”.